GESTIÓN
DE LA ENERGÍA
Nuestro cuerpo, mente y espíritu es una
máquina perfectamente equilibrada y preparada para asumir los
diferentes procesos fisiológicos, mentales y emocionales de nuestra
vida diaria.
Dichos procesos son llevados a cabo con
energía. La energía vital.
Nuestra mente gestiona el uso y reparto de
dicha energía vital para atender los procesos cotidianos: trabajo,
reuniones sociales, actividad mental y fisiológica.
Pero esta energía vital es limitada y cada
día, nos desgastamos en los múltiples procesos internos que
llevamos a cabo. También diariamente recuperamos esa energía
mediante el descanso (sueño), el contacto con la naturaleza, la luz
solar y la alimentación. Pero no siempre es suficiente. Una mala
noche o un disgusto inesperado puede hacer que nuestra energía no se
recargue como es debido, mermando así el resto de nuestros procesos
y sintiéndonos agotados y desequilibrados.
Ante una situación de estrés, la mente
gestiona, según la gravedad del momento la energía interna de la
que dispone y la redistribuye para hacer frente a la nueva situación.
A veces, debe elegir parar un determinado proceso para atender la
falta energética en otro punto.
Por ejemplo, ante un peligro concreto. Un
coche que esta a punto de atropellarnos, la mente reacciona,
alertando nuestro sistema nervioso y circulatorio, enviando sangre
extra a nuestras piernas, haciendo que nuestro corazón bombee más
rápido. Si estamos en pleno proceso digestivo, con toda
probabilidad, será interrumpido para ahorrar energía y enviarla al
proceso que requiere toda nuestra atención. Sufriremos un corte de
digestión, pero totalmente necesario según la lógica energética
de nuestra mente.
Por esta misma regla de tres, cuando
introducimos en nuestra vida una nueva actividad (gimnasio, vuelta al
trabajo tras las vacaciones, actividad extraordinaria, etc.) nuestro
cuerpo debe redistribuir la energía vital y podemos pasar unos días
cansados y desequilibrados, hasta que el proceso se completa y la
mente reordena las actividades en función de la energía de la que
dispone.
Además, y como parte de nuestro día a día,
acumulamos cansancio, desgaste energético que no logramos recuperar
con el sueño o el contacto con la naturaleza. Nuestros procesos se
ralentizan y además, retenemos energía procedente de nuestras
emociones que ocupan un espacio físico y nos dificultan aun más la
tarea de reequilibrio energético.